Los trabajadores españoles somos los que más horas dedicamos al trabajo y de los que menos producimos. No nos dejan que nos distraigamos ni un instante y nos pasamos el tiempo distraídos.
Durante las afanadas vacaciones queremos hacer tantas cosas que no podemos hacer durante los periodos laborales, que nos estresamos y terminamos agotados de hacer y planificar con la consiguiente frustración.
Hay que reivindicar el arte de perder el tiempo, el poder hacer algo improductivo. El no hacer nada. Buscar momentos en del día y de la noche que el único objetivo sea perder el tiempo.
Tenemos tantos proyectos en mente que nos olvidamos de lo más importante: vivir. Vivir en el sentido más amplio de la palabra. Sentir cada momento, disfrutar de cada instante, embelesarse con el vuelo de una mosca, contar los aviones que surcan nuestros cielos o escuchar el goteo de ese grifo mal cerrado mientras todos duermen...
Deberíamos aprender de los animales que sólo tienen dos objetivos en la vida: tener algo para comer que les permita pasar el día y reproducirse. Dos simples placeres que el hombre ha complicado sobremanera y que conllevan multitud de quehaceres ajenos a la comida y sí me lo permiten la vulgaridad, a "echar un polvo de vez en cuando o de cuando en vez".
Aprendamos a perder el tiempo antes de que el tiempo nos pierda a nosotros. Porque aunque vivamos más, con el a cúmulo de años, la vida cada vez se nos hace más corta y moriremos con miles de proyectos y nos daremos cuenta que no hemos hecho otra cosa en la vida que perder el tiempo aunque hayamos comido muy bien y dejemos una larga estirpe con nuestros apellidos.
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