martes, 23 de junio de 2015

La injusticia del redondeo en las notas escolares

Año a año o mejor dicho, curso a curso se produce de manera continuada y hasta globalizada una de las mayores injusticias con nuestro alumnado más brillante. Incluso me atrevería a decir que la injusticia se multiplica a la enésima en los últimos cursos de Primaria y en sobre todo en la ESO. Me explico:
La primera evaluación. el profesorado, llámese tutor, especialista, equipo docente o de departamento tiende a poner el listón alto, con un nivel de exigencia acorde a los objetivos del curso para que el alumnado no se relaje y mantenga la responsabilidad de tareas y estudio. Las notas de los boletines suelen ser los más bajos del curso porque tiempo hay de bajar el nivel a mínimos más o menos aceptables.
Durante la segunda evaluación las notas reflejan los ajustes a la baja o al alta individuales propios del ecuador de un curso que siempre se antoja demasiado largo y sin apenas parones de vacaciones activas. Vacaciones poco europeas que atienden más a exigencias de cultura social que a realidades educativas de descanso y asentamiento de contenidos y experiencias vividas.
E iniciando la primavera llega la tercera evaluación y la final. Y es durante estos dos meses donde el alumnado comienza a ver las orejas al lobo y el profesorado tiende a ver los resultados finales globales y a hacerse sus propias reflexiones y conjeturas estadísticas más allá de los insuficientes y sobresalientes del grupo clase.
Hoy en día suspender una asignatura la mitad de la clase no se concibe. Que doce o quince alumnos no superen los objetivos mínimos establecidos deja en mal lugar a todo el mundo: el primero al alumno, el segundo al profesor, el tercero a las familias y al centro educativo y por extensión al propio sistema educativo.
¿Qué hacer ante esta situación? ¿Podemos suspender a media clase o debemos facilitar e incluso regalar los aprobados? La mayoría de los profesionales tienden a facilitar las cosas con repescas, trabajos, proyectos, etc. y mágicamente los insuficientes altos se convierten en suficientes y donde había doce, quedan cuatro.
Es decir, que tanto los profes como los chicos sabemos que estos últimos pueden estar medianamente vagueando todo el curso porque en junio los cuatros son cincos e incluso algún tres alto.
¿Es justo este redondeo? La verdad que no sabría que responder, quizás en el título de este post se encuentre la respuesta.
Pero, ¿qué pasa con los alumnos brillantes, responsables, trabajadores que estudian diariamente? No se si habrá alguno que hoy en día lo haga. ¿Tratamos igual al alumno de 9,6 o de 8,7 que al que ha sacado un 4,2? ¡La respuesta es un no rotundo! Es fácil "regalar" aprobados, pero como nos cuesta subir tres décimas a ese alumno modelo que ni necesita profesor para conseguir los objetivos y premiar su esfuerzo constante con un sobresaliente de 10. Los sobresalientes se inventaron para los alumnos no para los profesores. ¡Parece que algunos profesores se guardan los diez para ellos!
La reflexión a la que osadamente quiero llegar es la injusticia comparativa que realizamos cada curso con total normalidad en la evaluación final. Tratamos de manera distinta los resultados del alumno más o menos mediocre y el de los alumnos brillantes. Y en ese trato se produce una gran injusticia, la mayor injusticia educativa al amparo de un sistema educativo podrido que le lo único que le interesa es suavizar las estadísticas de fracaso escolar que nos sitúan muy por debajo de la media europea.
Me atrevo a terminar con un consejo:
"empatía, maestro, empatía".

domingo, 7 de junio de 2015

¿RECUPERACIÓN ECONÓMICA?


Esta mañana dominguera de Champions, en mi paseo matinal con camiseta del Barça, observé con sorpresa y cierto estupor como una anciana se acercaba con su carrito de compra al contenedor de basura de mi portal. Disimuladamente miré si llevaba alguna bolsa de basura en la otra mano. No. Agarraba una especie de gancho largo con empuñadura. Abrió el contenedor y metió la cabeza con destreza para ver lo que había en su interior y casi al instante lo cerró: supongo que no habría nada.
La anciana, ligera, ágil, con ojos avispados, luciendo canas y cara con verdad, esa que muestran las personas que saben envejecer, al cruzarse conmigo en la acera, me sonríe cómplice y con una gran dignidad me mira como diciendo: mira hijo, lo que tengo que hacer para sobrevivir.  Está claro que me ha visto como me quedaba mirandola.
Sonrosado, con cierto disimulo, saqué el móvil del bolso, como mirando un mensaje que no me había llegado y cambié de dirección dispuesto a seguir a la abuela. Esta se dirigía rápida hacia otro contenedor: el que está frente a un supermercado. El mismo ritual: abrirlo, mirar dentro, remover con el gancho en el interior... Nada, tampoco en este hay nada que llevarse. Al siguiente frente al bar, al siguiente frente al polideportivo y al siguiente y al siguiente y al siguiente... Son 8:37 de la mañana y hay muchos contenedores por el barrio y poca gente en las calles.
Parece mentira que quince años después de iniciar este milenio se vean en nuestro querido León estampas como la de esta mañana. Quizás estemos acostumbrados a ver por la caja tonta, gente con otras pintas, de lugares más lejanos entre contenedor y contenedor, quizás nos estamos acostumbrando demasiado rápido a no importarnos nada de lo que vemos o quizás no queremos ver nada. Seguro que es esto último.
Nos dicen los políticos, los que gobiernan, que la recuperación económica ya está entre nosotros, sobre todo, entre los que no hemos perdido el trabajo y que en cuatro años la notaremos todos: los parados y los trabajadores, los hombres y las mujeres, los niños y los viejos. Somos libres de creerlo o ponerlo en duda. Pero, ¿la recuperación social? ¿Cuándo dejaremos de ver ancianos removiendo entre contenedores? ¿Cómo hemos podido llegar a crear esta situación? ¿Porqué no hacemos nada para evitarlo? ¿Es posible evitarlo?
Demasiadas preguntas para resolver por un maestrillo. Se nos olvida pronto que hubo otros tiempos en que a pesar de no haber de nada, teníamos de todo. (esta frase la repito como los viejos). Será que ya me estoy haciendo viejo o anticuado para esta vida que nos ha tocado vivir.