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Compañeros después de casi 30 años |
Llevamos años sin vernos, muchos. Quizás demasiados. Fuimos más
que amigos durante muchos cursos. Compartimos todo, crecimos juntos, nos reímos
juntos, aprendimos a caminar solos sin la protección diaria de nuestros padres.
Un internado marista nos marcó y nos unió para siempre. Juniores nos llamaban.
Gracias a esa etiqueta nuestras familias, en la mayoría de los casos con pocos
recursos, nos pudieron enviar a estudiar fuera del pueblo, a la capital se
decía en aquellos tiempos ochenteros.
Hoy 17 de junio de 2016 nos juntamos. Han pasado casi treinta
años y ya somos cuarentones, gordos, calvos, delgados, canosos, casados,
solteros, pero todos reconocibles en gestos y expresiones.
No sabríamos afirmar si los recuerdos son buenos o malos pero
después de tantos años todos tenemos algo en común: en algún momento hemos
vuelto de visita al colegio como el asesino que vuelve a la escena del
crimen.
Recordamos muchas cosas. Unos unas y otros otras.
Nos acordamos de que "el frío no existe porque es ausencia
de calor" como cacareaba todos los días en pantalón corto el de
gimnasia.
Nos acordamos de nuestros tutores, los buenos por buenos y los
malos por muy malos, los años nos hacen olvidar los normales.
Nos acordamos de la piscina, unos porque no nos la dejaban catar
mucho y otros por lo contrario.
Nos acordamos de las cartas que nos invitaban sutilmente a no
volver por ir poco a misa o por suspender inglés.
Nos acordamos de lo cabrona que era la de lingua galega.
Nos acordamos del rape de pelo de dos compañeros que les costó
quedarse en casa.
Nos acordamos de los récord de comida: salchichas, de tortilla,
de manzanas...
Nos acordamos de lo buenorra que estaba alguna profesora o más
bien: una profesora.
Nos acordamos de las hostias que pegaba un ángel que más bien
era Belcebú.
Nos acordamos de las hamburguesas del Mardona donde matábamos él
hambre insaciable adolescente.
Nos acordamos del Boiga y su recurrente fregadero.
Nos acordamos de Dire Straits, en incluso lo bailamos.
Nos acordamos de bendecir la mesa como buenos juniores.
Nos acordamos de las camisetas NB y los casetes de Portugal a
100 pesetas.
Nos acordamos de la de verde con las piernas torcidas y la rubia
que nos hacía babear como estúpidos niñatos.
Nos acordamos de los sobes de un hombre demasiado primitivo para
ser hermano e incluso hombre.
Nos acordamos del zorro en los campamentos de verano a los que
nunca queríamos ir pero lo bien que lo pasamos.
Nos acordamos de los consejos en gallego del cura rural ante el
pecado mortal del sexto mandamiento.
Nos acordamos de la hoguera de San Juan y las atrevidas salidas
nocturnas de los más atrevidos.
Nos acordamos de la envidia de algunas visitas los
domingos.
Nos acordamos del sonido de la campaña que marcaba nuestra
vida.
Nos acordamos de las guerras con toalla mojada en las
duchas.
Nos acordamos de la desorganización organizada de La Pedra de
Vigo.
Nos acordamos de los partidazos en el Teide contra los
seminaristas.
Nos acordamos de la despedida de soltero del ahora escritor
entre jueces, copas y putas (no por uso sino por vecindad).
Nos acordamos de los partidos de baloncesto de la NBA grabados
que veíamos con pasión días después sin saber el resultado porque de aquella
como dice Sabina no había Facebook ni Twitter ni la madre que los parió.
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Orla en 8º de EGB en 1986 |
Nos acordamos de la música que nos tiraba de la cama antes del
amanecer.
Nos acordamos de los ágapes comunes a costa del chorizo y
salchichón de nuestros armarios.
Nos acordamos de lo santurrión que era M al cubo y lo canalla
que era lejos de la calle Oviedo.
Nos acordamos de lo que nos gustaba jugar en el campo de los
tapines.
Nos acordamos de los paseos por La Candamia, por el Torio, las
caminatas por la montaña leonesa haciendo culoesquí.
Nos acordamos de la catequesis para hacer la confirmación y nos
permitía estar un par de horas semanales con chavalas.
Nos acordamos de la discoteca Chiflos que pisamos por fuera
muchas veces y algunos solo entramos una vez como despedida.
Nos acordamos de los paseos como zombis por La Corredera ojeando
a las chavalas que nos esperaban como ganado en el mercado.
Nos acordamos de los caquis que nadie conocía y nos ayudaron a
quitar algo de hambre.
Nos acordamos del hijo puta del oso peludo que se sobrepasaba
con los de siempre a base de tocamientos que hoy le hubiera costado la cárcel.
Nos acordamos de lo cachondo que era el portero que poco a poco
se quedó ciego.
Nos acordamos de las convivencias de las Semana Santa entre
chavalas que nos hacían levitar con solo ternera cerca.
Nos acordamos de las fiestas del cole y lo buen entretenidos que
nos tenían.
Nos acordamos de la llave que generación tras generación nos
ayudó a aprobar el Bachiller.
Nos acordamos del olor a vino que traía después de comer el otro
de gimnasia.
Nos acordamos de las tardes interminables de frontón y
paredón.
Nos acordamos de los equipos de invencibles que teníamos en lo
que antes se llamaba cross.
Nos acordamos del chocolate del desayuno y del fuagrás que ahora
le llamamos paté.
Nos acordamos del 3,1416cha.
Nos acordamos de las suelas dobles de las J HAYBER que algunos
nunca pudimos comprar.
Nos acordamos de las guitarras con las que muchos soñaban y
pasaban el tiempo en esa sala de intimidades mutuas.
Nos acordamos de los partidos de futbolín de billar y de pin
pon.
Nos acordamos de las limpiezas generales que nos tomábamos como
juego.
Nos acordamos de las sabanas mojadas después de las
vacaciones.
Nos acordamos de las chuletas lanzadas por la ventana que
mágicamente volvían a nuestras manos temblorosas.
Nos acordamos del compañero seminarista que años después se hizo
del GRAPO.
Nos acordamos de la carne de muerto, de la sopa incomible, de
las barras anudadas, de los bocatas de riñones con arroz, del refresco Feijoo
de los domingos...
Nos acordamos del cuarto del Corte Inglés de Vigo que algún
inexperto e inocente ladronzuelo visitó.
Nos acordamos de la visita del General mundial y de la canción
que nos hicieron aprender para nunca olvidar: “Guadalajara en un llano, México
en una laguna”.
Nos acordamos las noches de estudio acelerado porque no chapamos
antes lo que día a día nos pedían.
Nos acordamos de la vacuna de la tuberculosis y de lo acojonados
que estuvimos todos.
Nos acordamos de un día de golfa (huelga) que pasamos a trabajos
forzados.
Nos acordamos de los equipos en los que competíamos más que si
fuera la Champions.
De las meriendas de chocolate que había que tener valor para
comerlo y hoy es uno de los más cotizados.
Nos acordamos de los viajes de 8 horas en autobús y de más en
tren.
Nos acordamos del exquisito pan gallego que desaparecía nada más
servirlo.
Nos acordamos de una catedral que ahora nos parece un casillo
repleto de hierbas y musgo en sus sencillas paredes.
Nos acordamos de las risas que pasamos entre folla grande, de la
folla nova y de la folla pequeña.
Nos acordamos de Amancio Prada y el cachondeo que teníamos con
los gallegos fardando que tenía que ser
un leonés el que musicara a la gran Rosalía.
Nos acordamos de los partidos de voleibol cuando ni sabíamos que
existía tal deporte.
Nos acordamos de las sabrosas fresas quizás por estar detrás del
panteón de los hermanos.
Nos acordamos de los saludos de Fraga en la preciosa playa de
Perbes.
Nos acordamos de lo mal que nos caían los medio pensionistas que
nos querían usurpar nuestro espacio vital.
Nos acordamos de Top Gun, Dirtey Dancing, Rambo, El nombre de la
rosa, El resplandor y tantas otras que nos hicieron volar y soñar.
Nos acordamos de las fantásticas veladas trimestrales donde solo
faltaba lo que faltaba.
Nos acordamos del tráfico de revistas impropias de un juniorado
con vistas a la santidad.
Nos acordamos del descojone general por el acento del nuevo cura
mejicano que un día se presentó en la capilla.
Nos acordamos del alucinante Thriller de Michael Jackson.
Nos acordamos del Miño, del monte Santa Tecla, de Villamanín, de
Pontedeume, de Perbes, de Transmañó, de Santa Lucía, de Finisterre, de
Beberino, de las Islas Cíes, de Vigo, de Coruña o de Santiago.
Nos acordamos de la playa nudista y del pareado cantado que
terminaba en marista.
Nos acordamos de un hermano con nombre de entrenador italiano
que nos contaba en las clases de latín historias inverosímiles de volcanes y negritos en Kinshasa y en Kisangani.
Nos acordamos de la puta niebla matinal que afianza más nuestra
añoranza al viejo Reino de León. Llamémosle morriña.
Nos acordamos de los imposibles mates y triples del más grande:
Michael Jordan.
Nos acordamos de la impresionante delantera de la lavandera.
Nos acordamos del 12 a 1 contra Malta en esa sala de televisión
subterránea.
Nos acordamos de las pocas llamadas que recibíamos de casa y de
alguna carta repleta de faltas de orografía que siempre llevaba algún billete
de 200 o 500 pesetas.
Nos acordamos de los postes que no nos dejaban lucir en las
frágiles paredes de las camariñas.
Nos acordamos de limpiar los cristales con papel de periódico,
cortar el bog, fregar y barrer y de los manguerazos en los baños del
patio.
Nos acordamos de Los Ronaldos, de Du Can Du, de Gabinete, de
Loquillo, de Manolo Tena, de El Último de la Fila, de Siniestro Total,
Aerolíneas Federales, Mecano y de tantos otros.
Nos acordamos de los cánticos de misa que emocionaban a los
viejos hermanos que se dormían con la televisión y se despertaban cuando algún
atrevido se la apagaba.
Nos acordamos del pozo negro y la suerte que tenían los que
nunca le tocó.
Nos acordamos de las películas de Luis de Funes o de artes
marciales en el cine del colegio donde iban los de dinero.
Nos acordamos del maestro fantasma engominado que nunca nos
gustó demasiado.
Nos acordamos de los IF de la programación en Basic sin saber
muy bien que coños era eso de la informática.
Nos acordamos de las vistas de la capilla de Perbes hacia el
impresionante acantilado Cantábrico.
Nos acordamos de las petacas que hacíamos a los novatos.
Nos acordamos de los números de ropa de que al llegar nos
asignaban aleatoriamente y con el paso del tiempo hacíamos nuestro.
Nos acordamos de lo buenorra que estaba la del tiempo de la tele
galega e incluso de su nombre con H: Helena Pemán.
Nos acordamos de las interminables horas de estudio en las que soñar
fuera de los muros del colegio era lo que mejor aprendimos.
Nos acordamos de la lectura previa del evangelio que nos
permitía saltarnos alguna misa dominguera.
Nos acordamos del bulevar al final de la corredera y de la sala
de juegos en la que jugábamos a ser libres.
Nos acordamos de los primeros gays agarrados de la mano que
vimos en una calle pérdida de Padrón.
Nos acordamos de todos los que no queremos olvidar.
Nos acordamos de ti que no viniste.
Nos acordamos que ti que nunca podrás venir.